El brainstorming, esa técnica común de generación de ideas, se promociona como el acto obligatorio para la innovación. Pero, ¿y si te dijera que confiar en el brainstorming para impulsar la verdadera innovación es una ruta segura hacia el derroche de recursos valiosos? La realidad es que el brainstorming, tal como se practica comúnmente, consume mucho tiempo y, en última instancia, resulta ser improductivo.
Si la cosecha de ideas tiene algún valor, este se limita a ayudar a gestionar y clasificar ideas del tamaño de un post-it para cosas que ya existen. La cosecha de ideas no funciona porque ninguna idea es buena per se; las ideas deben madurar y validarse, por lo tanto, cosechar ideas solo por creer que tienen un valor intrínseco es un error.
La crítica al brainstorming como método de innovación se sustenta en varios principios estadísticos y teorías que, aunque puedan parecer prometedores inicialmente para generar ideas innovadoras, en la práctica revelan limitaciones significativas.
Comunicación post-idea: Una de las falencias del brainstorming es la falta de necesidad de volver a hablar con las personas que produjeron las ideas originales. Este enfoque ignora el potencial de desarrollar y profundizar las ideas mediante la discusión y el feedback continuo, esencial para refinar y adaptar las ideas a realidades complejas y cambiantes.
Ley de grandes números: Luis Perez-Breva, en el MIT, ha demostrado con suficiencia este sesgo en el proceso de innovación (Innovating: A Doer’s Manifesto for Starting from a Hunch, Prototyping Problems, Scaling Up, and Learning to Be Productively Wrong). Este principio sugiere que, después de recopilar un cierto número de muestras (o ideas, en este caso), añadir más no alterará significativamente la media. Aplicado al brainstorming, significa que, una vez que se ha recopilado un número suficiente de ideas, se tiende a gravitar hacia una ‘idea promedio’. Esto puede llevar a una convergencia hacia soluciones mediocres, en lugar de fomentar la búsqueda de ideas verdaderamente innovadoras y disruptivas.
Teorema del límite central: Louis Cauchy, un matemático francés, demostró la convergencia de las series infinitas que, en la práctica, permite demostrar sesgos. Utilizar procesos de generación aleatoria para acumular ideas lleva a que, en conjunto, sus promedios converjan hacia una distribución normal. Aunque esto facilita caracterizar el conjunto de ideas recopiladas, también implica que se asuma, erróneamente, que el resultado ‘promedio’ será una idea brillante. Este enfoque estadístico falla en reconocer la importancia de la calidad sobre la cantidad en el proceso innovador.
Teorema del mono infinito: Inspirado en la idea de que un mono tecleando al azar en una máquina de escribir durante un tiempo infinito podría, eventualmente, producir las obras completas de Shakespeare, este teorema sugiere que generar innumerables ideas podría, teóricamente, conducir a inventar todo lo inventable. Sin embargo, este enfoque es impráctico, ya que la verdadera tarea se convierte en descubrir cuál de las muchas ideas generadas vale la pena desarrollar. Además, ignora los límites de tiempo y recursos que enfrentan los innovadores en el mundo real.
En resumen, estos principios demuestran que el brainstorming, si bien puede ser útil para generar un gran volumen de ideas, no necesariamente conduce a la innovación efectiva. La generación de ideas sin un proceso crítico de selección, refinamiento y validación corre el riesgo de resultar en una convergencia hacia soluciones promedio, ignorando el potencial de ideas verdaderamente transformadoras.
Concluyendo esta reflexión sobre las limitaciones del brainstorming, es esencial reconocer que un enfoque más estratégico y orientado hacia la innovación puede marcar la diferencia en la generación de soluciones verdaderamente transformadoras. La esencia de una innovación efectiva no reside en la cantidad de ideas generadas de manera aleatoria, sino en la capacidad de identificar con precisión desafíos específicos y abordarlos de manera focalizada. Un mejor enfoque para impulsar la innovación comienza por definir claramente un problema. Esta claridad permite a los equipos tener un objetivo común y tangible hacia el cual dirigir sus esfuerzos creativos y técnicos.
